No me gusta sentirme dependiente de nada ni de nadie, pero me encuentro dependiendo de un cariño inexistente, de unas caricias cuyas manos no sé descifrar su identidad. Es curioso como el corazón necesita tanto en diversas situaciones, pero la realidad y el contexto en el que nos desenvolvernos, nos imposibilitan poder satisfacerlo. Resulta absurdo sentir esta sensación si no hay personas con las que te imagines compartiendo vida, y el mero hecho de pensar en sentir hacia otra persona, se convierte en el mayor desafío con el que nos podemos encontrar. Un desafío que afrontamos de forma negativa, llegando a ser considerado como una utopía. Utopía inalcanzable por el conjunto de sucesos y acciones que consciente o inconscientemente han desencadenado dicho estado. Estado del que deseamos salir, pero que no podemos encontrar el cartel de salida sin importar la dirección en el que lo busquemos. Búsqueda que nos mantiene con cierta angustia al prolongarse más de lo deseado. Angustia que nos permite sentir y a su vez, vivir. Vida que se resume en la capacidad de sentir. Sentir para vivir y vivir para ser conscientes de lo que sentimos, aunque estos sean la principal razón de que en ocasiones queramos dejar de vivir.
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